Ejército y televisión: del abuso mediático de un poder fáctico, al fatídico poder de la imagen televisiva

DOI : 10.58335/individuetnation.335

Los poderes fácticos se interesaron desde un primer momento por la televisión. El ejército la utilizó para labrar y difundir su imagen entre los españoles. Si con ello no consiguió salir de su tradicional “encastillamiento”, ni acabar con su mala valoración en la sociedad, si agudizó su teatralidad y su amenazadora presencia tutelar, hasta que la pequeña pantalla mostrara sin ambages su capacidad y voluntad de protagonismo político. Las imágenes televisadas del 23-F desvelaron la realidad del tan temido intervencionismo militar, rompiendo a la vez con su tradicional funcionalidad propagandística y la ilusión de un pasado definitivamente ahogado en el olvido.

The authorities have quickly developed a keen interest in television. The army, in particular, used it in order to build and promote its image in Spanish society. In spite of, the army doesn’t succeed to finish with its traditional isolation, neither to put to stop to its bad reputation. Indeed, the Spanish television emphasized the melodramatic dimension and the menacing presence of the army. The television shots of the attempted to coup d’état of February 23rd 1981 enabled that media to break with its propagandist function and to put a stop to the illusion according to which the past had been forgotten forever.

Les pouvoirs de fait se sont très vite intéressés à la télévision. L’armée en particulier s’en servit pour bâtir et diffuser son image au sein de la société espagnole. Malgré cela, elle ne réussit pas à sortir de son traditionnel isolement, ni à mettre fin à sa mauvaise réputation. Elle accentua au contraire son caractère théâtral et sa menaçante présence tutélaire sur les institutions, jusqu’à ce que le petit écran dévoilât sans ambages sa détermination à gouverner de nouveau le pays. Les images télévisées de la tentative de coup d’État du 23-F permirent également à ce média de rompre avec la fonctionnalité propagandiste à laquelle il avait été jusque-là cantonné et de mettre fin à l’illusion que le passé avait été définitivement noyé dans l’oubli.

Plan

Texte

Desde que a principios de los cincuenta, el coronel de infantería de marina, Luis Guijarro estableciera lo que sería la primera sede de la futura TVE, en un chalé (colindante con el suyo propio) en el madrileño paseo de la Habana, el ejército ha mantenido una proximidad doméstica y tutelar con la televisión que se ha prolongado hasta el 23 F. Esta sumisión se encuadró en la estrecha dependencia orgánica en la que el Estado franquista encerrara, durante largos años, el nuevo instrumento de comunicación “social”, que en 1956 lanzara para modernizar su aparato propagandístico. Las Fuerzas Armadas fueron incluso – en honor sin duda a su papel fundacional – la primera institución del régimen en aparecer por televisión y no sólo por cumplir o con motivo de conmemoraciones oficiales. Dos años apenas después de su inauguración, eran difundidas (aunque no en retransmisión directa) las imágenes del desfile del Día de la victoria,1 seguidas un mes más tarde de uno de los primerísimos largometrajes en ser emitido, Alhucemas del realizador José López Rubio y de la primera serie documental de la televisión española, Aviación,2 dedicada – según palabras de su propio director, el capitán Rodrigo Bernardo – a los “[h]echos y vida de la aviación española”. Con lo que los militares no fueron sólo, el primer estamento de la dictadura en llegar a los escasísimos hogares que en aquella época disfrutaban de receptor, sino también en utilizar la vocación propagandística del nuevo medio, además de convertirse en su primer productor de documentales.

La primacía y hondura de esta incursión en la televisión han pasado hasta ahora desapercibidos a ojos de propios y ajenos, pero que duda cabe de que han marcado profundamente la trayectoria y el devenir televisivo del país. En 1990, cuando surgieron las cadenas privadas, en neta ruptura y competencia con el sector público, sus sedes siguieron instalándose, como por “tradición”, en la periferia inmediata de centros militares importantes. Antena 3, en San Sebastián de los Reyes, a unos 500 metros de un Cuartel de la Marina, Telecinco en Fuencarral, justo en frente del Mando de Artillería Antiaérea, mientras que Canal + prefirió ubicarse en la recién inaugurada Ciudad de la Imagen, a un kilómetro escaso del Cuartel de Retamares, perpetuando así, pese al 23 F, una peligrosa tradición de vecindad que a punto estuvo de dar al traste con la democratización política y cultural del país, si el rey y una televisión cercada e invadida por unidades del Regimiento de Caballería Villaviciosa 14, no lo hubiesen remediado. Si cierto es que los hombres del coronel Joaquín Valencia Remón, no pertenecían al cercano Cuartel de Transmisiones del Ejército,3 no lo es menos que nadie salió de aquel recinto militar, fiel al Capitán General de Madrid y a la Constitución, para defender o por lo menos proteger4 el cercano Prado del Rey, cuando se sabía que una columna armada se dirigía a tomar la sede de RTVE.

Como tampoco se dio, antes de 1985, voz e imagen a los pocos militares demócratas de la UMD (y escasamente después), o al progresista teniente general Díaz Alegría y en contadas ocasiones, al teniente general Gutiérrez Mellado, a pesar de que Adolfo Suárez encomendara a la televisión, la misión de “vender la democracia” a los españoles. Idéntico tratamiento recibieron los conflictos armados en los que estuvo implicada España durante esa época. La guerra de Ifni que ocupara buena parte del año 1958, no apareció nunca por televisión. El abandono del Sahara occidental en 1975, a penas dejó un par de reportajes en programas informativos como Informe semanal. Las Fuerzas Armadas no podían tolerar que se mostraran sus reveses y más aún en esa África, cuna (vana)gloriosa del generalísimo y del mito de la marcialidad española contemporánea. En un momento en el que el pasado y la imagen eran prácticamente todo lo insigne que le quedaba a un ejército pletórico, desvalido, falto de verdaderas utilidad y actividad profesionales y con escaso reconocimiento social. Condiciones que convertían a la televisión en su aliado más indispensable.

1. Anatomía de la presencia televisiva de los ejércitos españoles

Si entre 1958 y 1981 no hay un solo año en el que los militares dejaran de aparecer por televisión, la variación del número de espacios y de tiempo de emisión que la pequeña pantalla les dedicó, fue relativamente amplia, como lo refleja el siguiente cuadro correspondiente a los años de mayor presencia militar en televisión:

AÑOS

NÚMERO DE PROGRAMAS DISTINTOSa

TIEMPO DE EMISIÓN ANUAL (en minutos)

1979

8

418

1958

7

1035

1959

4

635

1980

4

248

1981

4

339

a. Han quedado excluidos de este apartado los reportajes del NO-DO, por ser ante todo documentales cinematográficos (difundidos tanto en las salas de cine como en la pequeña pantalla, por lo menos durante el franquismo) y aquellos que sirvieron de nota ilustrativa en los diferentes telediarios, por no figurar hasta muy recientemente en los archivos audiovisuales de RTVE.

Elaboración del propio autor5

Desde un punto de vista global, cabe destacar de entrada que la visibilidad del ejército fue bastante más importante y regular en la televisión que la que tuvo en el otro gran media audiovisual de la época. El cine le dedicó enteramente 64 de las 2048 películas que se filmaron durante el franquismo y 7 de las 1 292 que produjo la transición (Martínez, Josefina, 2009 : 553). Es decir, menos de dos largometrajes al año de media durante la dictadura (equivalentes a unos 312 minutos de imágenes al año) y a un film anual durante el periodo siguiente. Sin embargo, esta ventaja cuantitativa de la pequeña pantalla fue ampliamente compensada y sobrepasada por el cine, a nivel de audiencias y de impacto sobre la opinión pública. Ninguno de los programas especiales, de las series documentales, o desfiles marciales, patrocinados por los propios militares o producidos bajo su control, consiguieron el éxito y el valor representativo que obtuvieron películas como Sin novedad en el Alcázar (1940) del italiano Augusto Genina, vista por 26 millones de espectadores (en el mundo) y que sirvió para legitimar la sublevación franquista. Por otra parte, La fiel infantería de Pedro Lazaga se adelantaba en pleno 1959, con su dedicatoria “A todos los que hicieron la guerra”, a la muy propagandística propuesta reconciliadora que haría unos años más tarde el propio régimen dentro de su campaña conmemorativa de los XXV Años de Paz.

Por esa fecha, TVE había estrenado ya dos de las series marciales más longevas de la televisión española: Aviación en 1958 y Riesgo y ventura del mundo, a finales de ese mismo año. La primera, dirigida por el capitán Rodrigo Bernardo y realizada por Amando Osorio, estuvo en antena durante siete meses (de junio a diciembre), a razón de una emisión semanal, en un horario que ya se prefiguraba como el de mejor audiencia aunque todavía no estuviese copado por el telediario, y en un día que desde entonces quedaría en la tradición programática televisiva como uno de los escasos reservados a la emisión de series documentales, el martes. Esta primera “Revista semanal” – las expresiones “serie documental” o “serial documental” no aparecerán en la terminología del nuevo medio, hasta mediados de los sesenta – no sólo innovó en cuestión de ubicación de parrilla. La duración de media hora, que se dio a cada uno de sus 24 capítulos, será también la más habitualmente utilizada a partir de ese momento, por las producciones documentales de la televisión estatal. También se debe a esta primera serie de reportajes que TVE catalogara este nuevo género, nacido en la Unión soviética de los años veinte para promover los parabienes de la revolución, dentro de la categoría “programas educativos”. A partir de septiembre de 1958, Aviación fue emitido dentro del programa Aula TV, presentado y escrito por su director como una lección a la vez de historia militar y de técnica aeronáutica. Compaginaba así su carácter netamente propagandístico con la misión pedagógica que los dirigentes de la extinta Vice Secretaría de Educación Popular – ahora a la cabeza de la televisión – agregaron a las funciones del medio recién creado. Fuera de Aviación, los espacios militares no volvieron a asumir esta tarea más que puntualmente. En diciembre de 1964, se emitió un documental sobre el viaje del plus ultra que cumplía estos mismos requisitos, al estar asesorado por el jefe de prensa del ministerio del Aire, teniente coronel Rodríguez Morillo, y darse dentro del programa cultural Testimonio. Idénticas finalidades tuvo la serie, que el especialista en documentales histórico-militares, Ricardo Fernández de la Torre dedicó – para este mismo programa – a España y la aeronáutica en 1968 o el documental que Adriano del Valle le consagró a Isaac Peral, cinco años más tarde.

Al contrario, Riesgo y ventura del mundo inicia un tipo de serie exclusivamente volcado hacia la difusión de los valores marciales más tradicionalistas y del estereotipo de un ejército aguerrido, competente y moderno. Si todas estas producciones de pura “divulgación militar” estuvieron estrechamente vinculadas a la Defensa y contaron entre sus asesores con miembros de la oficialidad, ninguna concentró tantas estrellas (en bocamanga), como esta primera. Bajo la dirección y mando del general González de Mendoza participaron en la elaboración de sus 41 capítulos el teniente coronel Cuartero Larres y el comandante Blanco. Mientras que su principal sucesora, Por tierra, mar y aire, estuvo – por lo menos en su última etapa – respectivamente realizada y escrita por Adriano del Valle y Manuel Summers. Lo que ni mucho menos quiere decir que no figurase en su elenco de responsables y colaboradores, algún que otro jefe u oficial de cada una de las armas concernidas por las imágenes presentadas, aunque no se conserven ya ni sus nombres ni sus rangos. Por tierra, mar y aire empezó a emitirse el 7 de octubre de 1964, por iniciativa del entonces subdirector de TVE, Luis Ezcurra y no de la élite castrense como había ocurrido hasta ahora con sus predecesores. Este factor contribuyó sin duda alguna a su extraordinaria longevidad, al ponerlo bajo el amparo de uno de los máximos y más antiguos dirigentes del ente público6 y evitarse así depender de los vaivenes de las carreras castrenses, en las que un cambio de empleo o de destino podía poner fin a un programa. La comunicación externa nunca ha sido una de lss misiones más gloriosas y buscadas por los militares españoles. Razón de más para subrayar los casi diez años en los que este espacio estuvo semanalmente “informando” a los españoles sobre el acontecer de sus ejércitos.

Pese a esta larga y recurrente presencia, Por tierra, mar y aire no consiguió despertar en la juventud, a la que estaba principalmente dirigido, el más mínimo interés por los valores marciales y por el decimonónico amor a la patria que, miércoles tras miércoles, destilaba puntualmente a las 18h30. Ni siquiera pudo frenar la creciente desafección por la “mili” o romper el aislamiento en el que se encontraba entonces el estamento militar con respecto a la sociedad civil, suscitando vocaciones entre los retoños de las nuevas clases medias urbanas. Objetivos que se fueron rápidamente imponiendo a este tipo de programas, mientras que la exaltación marcial y de la victoria quedó para la retransmisión de los desfiles de primavera.

Estas retransmisiones no se hicieron en directo hasta 1972, fecha a partir de la cual TVE asume plenamente la difusión de este acto, hasta entonces filmado primero por los equipos del NO-DO y emitido posteriormente en programas especiales y en resumido, en el Telediario.7 Sin embargo, ni esta modernización técnica, ni el paso definitivo a manos de la televisión ni el hecho de producirse este relevo tras la aparición del concepto de reconciliación con la campaña de los XXV Años de Paz, cambiaron substancialmente la manera en la que se siguió concibiendo y presentado este tipo de conmemoraciones. La parada militar del Día de las Fuerzas Armadas siguió siendo designada, tanto en las parrillas de programación como en los documentos internos del ente público y hasta 1976, bajo su anterior y despiadada terminología de “Desfile de la Victoria”. Tampoco sufrió grandes variaciones su duración,8 excepto en mayo 1981, en que tuvo lugar el desfile más largo del postfranquismo. Las más de dos horas y media que tardaron las tropas en bajar la Diagonal de Barcelona hacia la plaza de Levante, ese 31 de mayo, sirvieron sin duda tanto para mostrar a los españoles la completa obediencia de todas las unidades al rey y a las autoridades civiles, como para intentar expiar recelos y miedos subsistentes.

Por otra parte, 1981 fue también uno de los años en los que más presencia televisiva tuvieron los militares y no sólo debido a los acontecimientos del 23 F. Como ya se venía haciendo desde finales de los años setenta, el Día de las Fuerzas Armadas vino precedido por la emisión de una serie de “spots” propagandísticos producidos por el ministerio de Defensa, sobre las diferentes armas y sus misiones, la práctica mitad de los cuales estaba dedicada a la Guardia Civil y a la Policía Nacional. Sin que al parecer nadie cayera en la cuenta – y menos aún el teniente coronel Manuel Monzón de Altolaguirre, jefe de gabinete de información del ministerio y supervisor de esta operación – de que, a escasos meses del asalto del Congreso de los Diputados por los hombres de Tejero, enaltecer el adiestramiento, el espíritu de sacrificio y la polivalencia de estos cuerpos, podía ser contraproducente para la imagen del propio ejército. El telespectador de los ochenta no tenía ya nada que ver con aquél de principios de los sesenta que se entusiasmaba con películas como Sin novedad en el Alcázar (emitida en septiembre de 1961) o con las telenovelas Los últimos de Filipinas9 y Diego de Acevedo,10 unas de las pocas ficciones que TVE dedicara al tema militar.

El desinterés de guionistas y realizadores por esta temática en plena “edad de oro” de la televisión – en donde se llegó incluso a ver en el nuevo medio, un octavo Arte – y durante la cual el cine se volcó paralelamente en ella, evidencia el carácter impositivo y ajeno al propio ente público que tuvo, a lo largo de todos estos años, la presencia de las Fuerzas Armadas.

2. Un ejército “dixoniano” y divergente

El franquismo agravó el “encastillamiento” al que estuvo sometido el ejército desde el siglo XIX. No tanto al encomendarle el mantenimiento del orden público – función que ejercía desde que en 1844, el gobierno de González Bravo creara un cuerpo militar especialmente dedicado a esta misión –, como al declararlo “columna vertebral del régimen”. Sus principios y valores se convertían entonces en parangones para el resto de la sociedad, alzando así la institución militar a nivel de símbolo y emblema nacionales. Con lo que su función de representación se antepuso a todas las demás. Lo superfluo, lo complementario se transformó en lo más relevante. El entrenamiento al combate, la formación cultural y sicológica de los soldados, y la formación armamentística dieron paso a la instrucción rutinaria en el patio, a los desfiles y procesiones, a unas Fuerzas Armadas, vistosas pero poco eficaces, rodeadas de “[…] constantes alabanzas rituales […]” (Malefakis: 1995, 336) que las aprisionaban en sus propias imagen y teatralidad. Para las que la televisión sirvió, a la vez de espejuelo y escenario, escamoteando a la vista de los españoles la lamentable situación material y de mando de un ejército incapaz de salir airoso de una serie de escaramuzas en el territorio de Ifni,11 pero emitiendo a bombo y platillo cada concentración de bandas militares, tuviera lugar donde tuviera lugar. Esta costumbre siguió perpetuándose hasta los años ochenta. En junio de 1980, TVE empleó todavía casi dos horas de antena de su cadena principal en retransmitir, desde Peñíscola, el Tercer Festival de Música Militar. La coexistencia de estos dos tipos de actitud es justamente lo que define – según el sicólogo norteamericano Norman Dixon – la “incompetencia militar” (Dixon: 1991, 215) de los antiguos ejércitos.

Conscientes de esta situación, las propias Fuerzas Armadas se esforzaron a partir de los sesenta en modernizar su imagen, a través de programas como Por tierra, mar y aire, y de documentales como España y la aeronáutica, que hacían particular hincapié en la tecnicidad y profesionalismo de un ejército que todavía desplazaba en aquella época a sus tropas en los viejos Junkers suministrados por Hitler. Bajo el pretexto visual del progreso técnico – valor en alza en una España recién salida de la autarquía – los militares pretendían solapadamente engatusar a una juventud resueltamente volcada hacia el futuro. Como también intentaron durante aquellos años de remodelación del régimen, hacerse pasar – aunque sin mucha convicción – por “Ejército de la Paz”. Con tan pocos entusiasmo y convicción que ni siquiera se notó la más mínima diferencia con el altanero, intolerante y decimonónico “Ejército de la Victoria”. No hubo conmemoración, parada u homenaje en que se dejasen de exhibir tamañas “virtudes” marciales. El fallecimiento de Camilo Alonso Vega, el 1º de julio de 1971 y con mayor motivo el sepelio de Carrero Blanco, el 21 de diciembre de 1973, fueron en este sentido particularmente reveladores de la vena africanista y guerrera que todavía latía en el seno de las Fuerzas Armadas.

La televisión contribuyó a mantener prácticamente intacta esta falsa ambigüedad, hasta 1981. Participando en la divergencia que iba ensanchándose entre el estamento militar y el resto de la sociedad a medida que los uniformados iban apareciendo con mayor regularidad y frecuencia por la pequeña pantalla, acabó por evidenciarla de forma incontestable. El rechazo a los valores castrenses fue sin embargo mucho más solapado que en el resto de occidente, donde dio, en aquellos mismos años, lugar a manifestaciones multitudinarias y a movimientos culturales pacifistas. Si no cabe la menor duda de que este revuelo internacional tuvo a su vez repercusiones sobre el distanciamiento que se estaba viviendo de Pirineos para abajo, entre la institución militar y el pueblo, en España este fenómeno obedecía no obstante a una dinámica a la vez distinta y ejemplar. Diferente porque tenía orígenes propios muy anteriores a la guerra del Vietnam y a la guerra fría. Modélica porque ilustra a la perfección el análisis de Charles Moskos sobre la cultura militar (Moskos : 1988).

Según el esquema diseñado por este sociólogo estadounidense, la calidad, competencia y adecuación de los ejércitos se pueden medir en función del grado de convergencia o de divergencia que presentan en relación con la sociedad civil. A cada extremo de la escala de gradación se encuentran sendos modelos analíticos pero antagonistas entre ellos. El modelo institucional o divergente se opone al modelo ocupacional o convergente. Mientras que el ejército ocupacional “correspond[e] a un tipo de comportamiento […] empresarial, fundamentado en los principios del mercado y desde luego […] convergente con los valores civiles”, el “modelo institucional o divergente […] se basa en el fuerte predominio de unos determinados valores y normas, como el Deber, el Honor y la Patria que identifican plenamente al militar con la institución” (Frieyro: 2005, 1) pero no con la sociedad a la que sirve. Este modelo que es el que mejor define al ejército español de esta época, es al mismo tiempo el que más se aleja – según Moskos – del resto de las Fuerzas Armadas occidentales. El pilar legitimista del régimen y tutela fáctica de la joven democracia se encontraba no sólo en completa disonancia con su propia ciudadanía, sino también con los ejércitos a los que pretendía emular.

Pese a ello, la necesidad de un cambio profundo y revitalizador no parecía interesar, ni aún menos preocupar a los principales concernidos, salvo contadas y desoídas o acalladas excepciones. Una de las que más eco obtuviera, fue la del teniente general Manuel Díez Alegría, quien en su libro Ejército y sociedad recalcaba los indispensables entendimiento y compenetración que deben existir entre ambas entidades para lograr una defensa eficaz del Estado. A pesar de la modernidad de sus propósitos, el antiguo Jefe del Alto Estado Mayor no alude ni una sola vez en su ensayo a la relevancia que tiene justamente en los ejércitos contemporáneos, la imagen que proyectan hacia la sociedad y la aceptación que a través de ella reciben. Esta dimensión era todavía – en 1973, fecha en la que Díez Alegría publica su ensayo – totalmente extranjera a la concepción que de su propio estamento se hacían los mandos españoles.

En 1975, la mayoría de los oficiales – sobre todo en el arma de infantería – provenían aún de la cantera de los 10 000 alféreces provisionales12 que en 1939 decidieron prolongar su carrera militar. Procedentes de la clase media de los años treinta y en buena medida de zonas rurales, habían recibido su formación básica durante la contienda o en la inmediata posguerra, de manos de instructores y principios antiliberales, visceralmente anticomunistas y enaltecedores de la patria, que el franquismo se esmeró después en mantener vivos. Con lo que constituían una mole ultra conservadora, incapaz de entender la evolución del resto de la sociedad y totalmente desfasada con respecto a las nuevas expectativas del país.

En estas condiciones, la imagen ofrecida por el ejército no podía sino transmitir el enorme distanciamiento que separaba la institución que todavía encarnaban con obcecado orgullo, de la mayoría de los españoles. El desinterés creciente de los telespectadores por los programas militares – y en particular de aquellos a los que iban principalmente dirigidos –, tan sólo se desmintió en 1981.

3. El 23 F: la revancha de la televisión

En su Anatomía de un instante, Javier Cercas diseca cada uno de los componentes del fallido golpe del 23 F, salvo el que sin duda alguna más hizo por desvelar lo que estaba ocurriendo en el hemiciclo tomado por los hombres de Tejero y el que sin duda, mayor impacto tuvo a la larga en la opinión pública y en las propias Fuerzas Armadas. Los cuarenta y ocho minutos de imágenes que grabó la cámara de Pedro Francisco Martín,13 dan a este acontecimiento, históricamente recurrente en la contemporaneidad española, una dimensión excepcional pero de significación contradictoria.

Como lo reconocía el propio Cercas en una reciente entrevista,14 se trata muy seguramente del único golpe de Estado grabado hasta ahora por una televisión. Lo que le confiere una particularidad histórica de mayor calado que el propósito con ello perseguido. Por primera vez se veía actuar en vivo – y sin guión cinematográfico o documental alguno – unas unidades del ejército, en una de sus intervenciones de mayor solera y tradición dentro de su propio cuerpo. El involuntario testimonio ofrecido por estas imágenes constituye por lo tanto, un momento de rara y valiosa historicidad. No se conservan de los numerosos pronunciamientos y alzamientos anteriores más que reconstituciones fílmicas de un realismo propagandístico – en el mejor de los casos –, que excluye toda utilidad testimonial. La multiplicación y potenciación de los medios de comunicación no habían hasta entonces permitido sobrepasar barrera tan insalvable, hasta el punto que durante cerca de una hora a ninguno de los guardias se le ocurrió controlar que la orden de desconectar las cámaras había sido debidamente cumplida. No cabía en la lógica de los asaltantes que personal de TVE pudiese mostrarse tan díscolo como algunos diputados o como el corresponsal de Radio Madrid, quien mantuvo la transmisión abierta hasta que lo encañonaron directamente.

No hay imágenes que muestren la osadía de Pedro Francisco Martín, pero sin su arrojo no habría imagen alguna. Ni excepcional verdad histórica sin el de Victoria Prego y sus compañeros de la sala de magnetoscopios de Prado del Rey, quienes decidieron casi a escondidas, no parar de grabar a sabiendas de lo que eso podía suponer en caso de prosperar el golpe. Ni huella o prueba posterior de lo ocurrido, sin el denuedo del director Fernando Castedo, quien disimuló en su sillón y protegió con su propio cuerpo una de las cintas mientras llegaba a la sede de RTVE la avanzadilla de la columna de Valencia Remón. Esta cadena de coraje y hasta cierto punto de temeridad ponía fin a años de sumisión a la voluntad propagandística de las Fuerzas Armadas. Gracias a ella, la pequeña pantalla revelaba ahora todo el desprecio acumulado en los cuarteles hacia la sociedad civil, desde que la soberanía pasara de uno a todos los españoles.

El forcejeo mediante el cual Tejero intenta derribar por la espalda al teniente general Gutiérrez Mellado expresa a la vez perfecta y paradójicamente esta venganza. Durante esos cortos instantes mal enfocados, el teniente coronel ni atiende a las órdenes de su superior, ni reconoce en su persona civilmente ataviada, a un jefe militar, sino a un vil enemigo. El “se sienten coño” inicial no había sido un mero exabrupto, sino la voz reivindicativa de un poder cuartelario que se consideraba colectivamente desplazado e individualmente ultrajado por el civismo democrático. El Vicepresidente, antiguo teniente del bando nacional, tenía que ser humillado, tras haber sido insultado, para lavar tanta “deshonra”. Este trance goyesco-televisivo echaba por tierra años de programación dedicados a persuadir a la opinión pública de la modernidad y profesionalidad de unas fuerzas que en su esencia, seguían siendo irremediablemente carpetovetónicas.

Estas escenas difundidas y reemitidas por cuanto informativo disponía entonces el país, produjeron la brutal desmitificación del ejército tanto en los medios de comunicación como en la opinión pública. El año 1981 fue así uno de los años más prolíficos en difusión de espacios dedicados a los militares (véase cuadro, p. 3). Junto a los tradicionales programas propagandísticos – que siguieron emitiéndose sin otra alteración que la desaparición de la retransmisión del Festival de música militar –, empiezan a aparecer otros donde se adopta, por vez primera, una perspectiva crítica con respecto al ejército. El pionero de estos nuevos espacios fue el número especial que La Clave dedicó a las Fuerzas Armadas, el 28 de mayo de ese mismo año. José Luis Balbín dirigió y presentó, en esta ocasión, un debate en torno al “Papel de la Fuerzas Armadas en […] [la] sociedad [española]”. Tal y como estaba planteado, el tema daba claramente a entender de entrada que este “papel” era cuanto menos problemático. Tres meses después del 23 F y a pocos de que se abriera la campaña sobre la adhesión de España a la OTAN, esta iniciativa constituía un verdadero hito de la libertad de expresión y de la autonomía que estaba adquiriendo la televisión estatal. El perfil profesional de los militares autorizados a aceptar la invitación de Balbín no dejaba sin embargo lugar a dudas sobre la orientación que el ministerio de Defensa quería dar a este debate. Encabezaban la delegación, el Jefe de Operaciones del Estado Mayor del Ejército, general Fernando Rodríguez Ventosa, junto con el Jefe de la División de Tácticas del Estado Mayor de la Armada, el contralmirante Díaz del Río y con el Jefe del Gabinete del Ministerio de Defensa y representante del arma aérea, Ramón Fernández Siqueiros, acompañados por el Jefe de Información, Difusión y Relaciones Públicas del ministerio, teniente coronel, Manuel Monzón de Altolaguirre.

Poco o nada se dijo de lo que en realidad interesaba al director del programa y a la mayoría de los telespectadores, pero no obstante sí quedó claro que la modernización tecnológica y la profesionalización operativa – que tanto fueron utilizadas para atraer a la juventud – servía ahora para atajar las inquietudes carreristas de una oficialidad desamparada. Desaliento inducido, en gran media también, por la pérdida de estima que empezó claramente a manifestar la opinión pública hacia las Fuerzas Armadas, tras unos años en que su actitud frente al envite terrorista les había granjeado dosis inéditas de simpatía.15 En 1981, el 61 % de los españoles confiaba todavía en el ejército. Al final de la década, tan sólo el 41 % declara seguir sintiendo lo mismo. En general, España presenta durante toda la transición la más baja conciencia de seguridad de toda Europa occidental, pese a las series documentales, los reportajes propagandísticos, las retransmisiones especiales o los modernos spots publicitarios que, desde mediados de los sesenta, se esforzaban en “vender” el ejército a las nuevas generaciones. El poder de persuasión de la televisión, su capacidad de recreación de la realidad no fueron suficientes para borrar los estragos que la “mili” iba haciendo año tras año en la representación colectiva.

La televisión no sólo no cumplió ninguna de las expectativas que en ella puso el ejército, sino que además consiguió poner voz e imagen al temor que este poder fáctico inspiraba a la mayoría de los españoles.

Los cuarenta y ocho minutos de grabación del 23 F cierran el ciclo de cultura audiovisual militar iniciado en 1909, en el escenario africano, por los reportajes de José Gaspar, Ricardo y Ramón Baños, Ignacio Coyne y Antonio Tramullas, que plasmaron por primera vez en pantalla, la misma arrogancia y brutalidad decimonónicas de las que hiciera gala, más de setenta años más tarde, Tejero ante la única cámara díscola de televisión.

A partir de 1981, el ejército español se convierte – para algunos – en el “gran mudo”, a imagen y semejanza de su homólogo francés, mientras que para otros, como Amadeo Martínez Inglés, autor de El ejército español. De poder fáctico a “ONG humanitaria” y a la sazón coronel de infantería de Marina, es blanco fácil y recurrente de los medios de comunicación. Prueba de que las Fuerzas Armadas estaban dejando de ser un poder fáctico para convertirse por fin en un componente más de una sociedad mediática y resueltamente democrática.

Referencias bibliográficas

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Cercas, Javier (2010), Anatomía de un instante, Barcelona: Debolsillo.

Contreras, José Miguel y Palacio, Manuel, (2003), La programación de televisión, Madrid: Editorial Síntesis.

Dixon, Norman F., (1991), Sobre la psicología de la incompetencia militar, Barcelona: Anagrama.

Frieyro de Lara, Beatriz, (2005), “La transición en el ejército español de 1975: del modelo institucional al plural”, in II Congreso Internacional Historia de la Transición en España. Los inicios del proceso democratizador, Almería: Universidad de Almería.

- Malefakis, Edward, (1995) “Las FAS, la sociedad y el 23 F”, in VV.AA, Memoria de la Transición, El País, Madrid, p. 335-343.

- Martínez Inglés, Amadeo, (2004), El ejército español. De poder fáctico a “ONG humanitaria”, Bilbao: Status Ediciones.

Martínez, Josefina, “La imagen del ejército español en el cine durante el franquismo”, in Puell de la Villa, Fernando y Alda Mejías, Sonia, (eds.) (2010), IV Congreso de Historia de la Defensa. Fuerzas Armadas y Políticas de defensa durante el franquismo, Madrid: Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED, p. 549-576.

Moreno Izquierdo, Rafael, (2008), “SICOM, la herramienta de comunicación del Ejército de Tierra español”, in Estudios sobre el Mensaje Periodístico nº14, Madrid : Universidad Complutense de Madrid, p. 527-541.

Moskos, Charles and Wood, Frank R., (1988), The military: more than just a job?, N.Y. : Pergamon-Brassey’s, Elmsford Park.

Oliver Olmo, Pedro, (2007), “El nacionalismo del ejército español: límites y retóricas” in Carlos Taibo (dir.), Nacionalismo español. Esencias, memoria e instituciones, Los Libros de La Catarata, Madrid, 2007, pp. 213-230.

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Puell de la Villa, Fernando y Alda Mejías, Sonia, (eds.) (2010), IV Congreso de Historia de la Defensa. Fuerzas Armadas y Políticas de defensa durante el franquismo, Madrid: Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado-UNED.

Notes

1 Que en 1958 todavía tenía lugar el 1º de abril. Retour au texte

2 Empezó a emitirse por la única cadena entonces existente, el 24 de junio de 1958 y estuvo en antena hasta el 15 de diciembre de ese mismo año. Retour au texte

3 Las unidades “técnicas” que participaron en esta toma pertenecían al Regimiento Mixto de Ingenieros. Retour au texte

4 Argumento que utilizó en su defensa el propio general Valencia Remón durante el juicio contra los imputados en la sublevación del 23 F, olvidando que de haber sido esa protección, legítima y veraz, se podía haber encargado de ella, más rápida y eficazmente el cuartel más cercano. Retour au texte

5 Cuadro elaborado a partir de los datos contenidos en los “documentos ampliados” de los fondos audiovisuales del archivo de RTVE. Retour au texte

6 Luis Ezcurra ocupó cargos de responsabilidad en la televisión estatal entre 1952 y 1987. Retour au texte

7 El Telediario aparece en las pantallas por primera vez en 1957. Retour au texte

8 Solían oscilar entre la hora y dieciocho minutos del de 1973 y las dos horas y seis minutos del de 1974. Retour au texte

9 Basada en la novela de Enrique LLovet, fue dirigida por Fernando García de la Vega y realizada por Domingo Almendros. Retour au texte

10 Esta telenovela creada por el profesor de historia y presentador, Luis de Sosa, contó con la realización de Ricardo Blasco y estuvo en pantalla durante el otoño de 1966. Retour au texte

11 La guerra de Ifni dio paradójicamente lugar a una serie de reportajes del NO-DO que nunca salieron por televisión, durante el franquismo. Retour au texte

12 Durante la guerra civil, el bando nacional llegó a contar unos 29 000 de estos cuadros suplentes. Retour au texte

13 Única cámara que siguió funcionando tras la entrada de los guardias civiles en el hemiciclo. Retour au texte

14 Para el programa de France culture, À plus d’un titre del 4 de octubre de 2010, con el presentador Patrick Vassort. Retour au texte

15 Los años 1978, 1979 y 1980 fueron los más sangrientos de toda la transición con respectivamente 85, 118 y 124 víctimas anuales. Retour au texte

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Référence électronique

Jean-Stéphane Durán Froix, « Ejército y televisión: del abuso mediático de un poder fáctico, al fatídico poder de la imagen televisiva », Individu & nation [En ligne], vol. 6 | 2015, publié le 26 août 2015 et consulté le 28 mars 2024. DOI : 10.58335/individuetnation.335. URL : http://preo.u-bourgogne.fr/individuetnation/index.php?id=335

Auteur

Jean-Stéphane Durán Froix

Maître de Conférences à l’Université de Bourgogne, CREC-EA 2292 et Centre Interlangues-EA 4182 – jsduran [at] neuf.fr